Pues sí, me llegó el día como madre.
Y al menos estaba avisada. Les das herramientas, les hace más
fuertes, quieres que maduren, les ves crecer y van avanzando pequeños
escalones: un día ya no te llama para atarse el cordón, otro se ha
puesto él solito la merienda, otro día se queda solo en casa un rato, otro día lo mandas a comprar a la
tienda de la esquina (las primeras veces me quedaba vigilando en la
ventana, como todas), y de pronto, un día recibes un wassap del
entrenador de su equipo.
Que sí, que voy a los partidillos
cuando puedo, y me encanta verlo jugando, y ganando. Y los chavales
son un piña, un grupo chulísimo donde ya ha hecho buenos amigos. Pero en el último partido de pronto me acordé: "mira que si ganan y..."
Y ganaron. Y como vivimos en la esquinita de España y de Andalucía, pues cada pequeño viaje es un montón de horas. Con lo que ahora tengo delante el día en que el niño se tiene que ir -él supercontento, lógicamente- a jugar con su equipo por ahí un par de días -con sus dos noches, claro-. Nunca ha dormido fuera de casa, sólo en casa de los primos en contadísimas ocasiones. Y ahora se va en su autobús, con sus compis (todos ratones como él) y sus entrenadores (que son un encanto, aprovecho para decirlo).
Así que aquí estoy, haciéndome la
fuerte, y alegrándome por él. Le va a venir muy bien, seguro que
comerá de todo y se portará casi mejor que en casa. Pero también
sé que quizá pronto vengan más ocasiones iguales, y sobre todo que el
pequeño, que sigue sus pasos deportivos con 4 añitos, venga con ese día bien prontito, incluso con menor edad.